sábado, 29 de noviembre de 2008

Fríos

Está el frío de tus besos, el de tus excusas, el de tus engaños. Está el frío del trabajo, el de la rutina, el frío del compañero, o de tu jefe; el frío el de tu despido. El frío del vecino que dice hola con miedo, o con asco; el frío en la sangre del torturador, o del asesino. El frío del olvido, el frío que te recuerda que ya no estás vivo, aunque sí estés vivo. Está el frío de ver que pasas por ahí sin ser visto. El frío de una muerte inesperada. El frío de saber que sabes demasiado, el frío de saber que todo se repite, que nada es nuevo.

Después, también está el frío de una mañana de invierno, el de la bufanda hasta la nariz, el del el vaho que sale de tu boca cuando saludas al vecino. El frío de sus labios cuando ella te besa. El frío de llorar de frío, de reír de frío, de cantar de frío, de gritar de frío.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Lencería femenina

Cruzó sus ojos con los de la dependienta, por si se acordaba de él, y si era así ella simulaba con la discreta perfección de una secretaria de lujo.

--Señorita, decía él con impostada voz de caballero inglés. O así se imaginaba.

--¿Sí?, respondía ella, profesional, impecable.

--Es para un regalo, replicaba él en voz bajísima, y no guiñaba un ojo porque le parecía impropio.

Y ella adoptaba la indiferente sonrisa curtida en la experiencia de ver a cientos de hombres decir lo mismo, una y otra vez.

El hombre compró un liguero rojo de piel de ángel y un sujetador negro de terciopelo, con pulcros y sugerentes bordados. Metió las dos piezas en una minúscula bolsa rosa, la cual a su vez introdujo en otra mayor, de El Corte Inglés.

Llegó a casa cansado, con el deseo de dormir la siesta tras un día terrible de trabajo.

--¿Qué tal el día?, le dijo su mujer desde la cocina, justo cuando él colgó la gabardina del perchero.

--Bien, un poco estresado, tengo que entregar el trabajo mañana, le dijo él a su mujer mientras ella le daba un beso con sabor a arroz con pollo.

Terminó de almorzar y él anunció que iba a descansar en el dormitorio.

Permaneció en duermevela unos minutos, hasta que sintió el ruido inconfundible del pomo de la puerta.

Se levantó de la cama. En la mesa del salón había una nota:

"Me voy a trabajar. No te olvides de llamar al seguro. Besos"

A continuación, lentamente, sacó la bolsa rosa de la bolsa de El Corte Inglés y sacó a su vez el liguero y el sujetador. En el mismo salón se desnudó al completo y se probó las dos prendas.

Volvió otra vez a su cama, con el liguero y el sujetador bien ajustados a su cuerpo, y su sueño fue plácido hasta la media tarde.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Niños

La abuela Luci se había quedado al cuidado de los niños mientras Ángela visitaba a Luis.

El vestíbulo del hospital era un barullo de ir y venir de gente. A un lado y al otro del pasillo de entrada, decenas de personas esperaban, con paciencia o impaciencia, solos o acompañados. El murmullo general era de tono bajo. Parecía como un susurro gigante.

Tania y Oscar vieron en aquel escenario la oportunidad ideal de jugar al escondite. Mientras Luci hacía punto de cruz, con un ojo en la lana y otro en los niños, Oscar se pegó de espaldas a una de las esquinas del vestíbulo y comenzó a contar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Entonces, giró su cuerpo y comenzó a buscar. Tras un primer intento infructuoso, se puso a gatas y se deslizó entre las piernas de la variable multitud. De pronto, vio a Tania y los dos comenzaron una carrera enfurecida por el vestíbulo. Chocaron con al menos tres personas que iban por el pasillo central, y todos miraban sonrientes, con sonrisas amplias algunos, y tristes o apenas atisbadas otros. Luci comenzó por nombrarlos y acabó por gritarles. Se levantó, y Tania la usó como escudo, unas veces a su espalda, otras de frente, mientras Óscar daba vueltas alrededor de ella, unas veces en el sentido de las agujas del reloj y otras en contra.

Tania y Óscar terminaron uniendo sus frentes en un golpe sonadísimo. Ninguno de los dos lloró, pero más que nada por no terminar de una forma tan ridícula el juego que habían empezado.

Justo tras el choque, apareció Ángela.

--Oscar, Tania, vais a ver a vuestro padre. Vamos.

Pero Luci le contó lo sucedido y Ángela miró a Tania y subió el flequillo de Óscar hasta convertirlo en una cresta.

--Tienes un chichón. Vamos a buscar algún médico.

Tania preguntó:

--¿Cómo está papá?

Ángela la tomó de una mano y apretó fuerte.

--Ahora lo vas a ver

Y entonces susurró, triste, "os quiero", y los niños fingieron que no la escuchaban.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Café y media con mantequilla

--Un café con leche y media con mantequilla.

Paco creyó, en ese momento, que era la primera vez que veía a ese hombre. Se acodó en la barra, con un grueso abrigo gris, una bufanda desanudada y un gorro verde de lana, a modo de boina. No era un día especialmente frío, y esa indumentaria tan invernal fue, precisamente, lo que despertó quizás la atención de Paco, que, por otro lado, estaba acostumbrado a ver gente nueva todos los días.

Al día siguiente, el hombre volvió a aparecer.

--Un café con leche y media con mantequilla.

Y volvió a acodarse en la barra, con la misma protección frente al tímido frío otoñal que había portado el día anterior.

Paco comenzó a fijarse. Aquel hombre tendría unos cincuenta años. El cabello que sobresalía de la gorra era cano, y su rostro estaba muy marcado por la abundancia de surcos. Paco, que no es nada dado a la deducción psicológica, concluyó que era un hombre vivido.

Al día siguiente, igual.

--Un café con leche y media con mantequilla.

La fuerza de la costumbre hizo que ya ni siquiera le hiciera falta hablar. A la semana, Paco ya había mecanizado los movimientos para hacer el café y tostar el pan cada vez que atisbaba la aparición de aquel señor, siempre, siempre igual vestido, y carente, pensó Paco, de cualquier deseo de hacer o decir algo que no fuera degustar su pan y tomar su café.

Un día, Paco, muy poco dado a la psicología, tuvo pensamientos para sus ojos azules. Hundidos, pensó Paco, hundidos, pero vivos, volvió a pensar.

Aquel hombre se convirtió en paisaje del bar durante años, e incluso en verano llevaba el mismo vestuario. Nadie lo conocía en el vecindario, pero eso no evitaba que se hablara de él. En invierno pasaba desapercibido, pero en verano todo el mundo creía que estaba loco.

Un día, no apareció. Paco siguió trabajando como si nada, preparando sus tostadas y sus cafés de la forma rutinaria en la que lo había hecho siempre. Tampoco apareció al día siguiente, ni al siguiente, ni al otro. Ni nunca. Paco pensó en él, alguna vez, algunas veces, pero apenas dijo nada, y si comentó el tema fue ese un comentario como cualquier otro.

Paco, que no era nada dado a la deducción psicológica, siguió trabajando como si nada, preparando sus tostadas y sus cafés de la forma rutinaria en la que lo había hecho siempre.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Kim

Hola, me llamo Kim y soy un espermatozoide. Entre nosotros, nos llamamos zoidis, por eso de abreviar. Somos unos cuantos millones, unos cincuenta o sesenta o setenta o mil, o dos mil o diez mil, yo qué sé. Como cada día nacemos unos 100.000 ó 200.000, ni idea de cuántos somos.

Vivo en un cuerpo que, bueno, no es muy promiscuo, pero de vez en cuando moja el hombre. No es habitual, así que ya cuando la hora se acerca, que nosotros lo percibimos, pues montamos una fiesta. Un millón de nosotros va a morir al día siguiente, así que, ¿qué menos que se emborrachen un día antes?, ¿no?

Hay noticias de que una vez un zoidi llamado zoiki llegó hasta un óvulo. No tenemos constancia, son rumores. Pero los más viejos del lugar dicen que desde aquel día hubo demasiado tiempo de tranquilidad, muy pocas fiestas, y eso significaba fecundación. ¿Qué cómo supimos que fue zoiki? Nunca lo supimos. Zoiki era, simplemente, el más rápido. En ninguna cabeza de zoidi cabía que hubiera llegado otro que no fuera él.

Hoy me toca a mí. Es decir: soy uno de los elegidos para salir al exterior, por lo que, como habrán podido intuir, voy a morir. Va a ser una muerte absurda. Por eso hoy me voy a emborrachar pero bien. Os contaré lo que sucederá cuando salga, para que veáis el absurdo:

Miles, cientos de miles, millones de millones de zoidis saldrán disparados conmigo en la mayor manifestación de corredores sin sentido jamás vista. Más o menos al mismo tiempo, cientos, miles de zoidis gritarán:

¡Condooooooooooooooooooooooooooooooooooooooonnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn!!! Y entonces todos pereceremos en una malla transparente o vete a saber, de color azul, o verde, o rojo, o con un apestoso olor a fresa ácida. O a coco, que hay rumores de que una vez fue así.

Hay otra posibilidad. Que cientos, miles de zoidis griten:

¡Pisciiiinaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! Y entonces todos salimos disparados hacia el aire y morimos agónicamente, poco a poco. La suerte es que caigamos en una piel olorosa y suave. La mala suerte, morir en el fondo de un retrete. Eso es lo peor. Quiera Dios que no acaben mis días en un apestoso retrete después de haberme emborrachado hasta las trancas. Y encima sin mojar.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Un poema romántico

En comparación con tu mirada
Las de ellas son oscuridad
En comparación con tus suspiros
Los de ellas son ecos de tu voz
En comparación con tus caricias
Las de ellas son rescoldos
Y las tuyas dulce fuego
En comparación contigo
Ellas son espejos

Camino adelante
Pero quiero volver atrás
Porque me cansé de los espejos

Y sólo existes tú

sábado, 15 de noviembre de 2008

Ariadna

Frase de película:

"Ten cuidado. Es de las mujeres que convierte a los niños en hombres y a los hombres en niños"

jueves, 13 de noviembre de 2008

Optimismo

Un hombre se levantó una mañana con la idea de ser feliz. Es lo que le había dicho su psicólogo la noche anterior: sea amable siempre, sonría, ría sin vergüenza, muestre sincero entusiasmo en su trabajo, llame a un amigo al que hace años que no ve, haga algo bello por un desconocido, esfuércese en ser feliz, si se esfuerza no cabe duda de que lo conseguirá.

A la noche estaba tan agotado que apenas ceno algo y se acostó.

Decidió que cansa menos ser uno mismo. Y al día siguiente, dejó los esfuerzos para otra ocasión.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Suidicio

Me suicido. Y esta es mi carta:

"Por la presente, he decidido quitarme la vida. No culpo de ello a nada ni a nadie, excepto a mi vecino Juan Sanabria, por poner esa infame música de reggaeton a todas las horas del día. No crean que me suicido por él. Simplemente, es la primera persona que se me ha ocurrido por la que no merece la pena vivir. Hay más, eh. Ya le puedo decir a mi compañera de trabajo Pilar Cuesta que las minifaldas no son para los jamones. Para los suyos, quiero decir. Mi vista se quería suicidar todos los días cada vez que la veía y yo no la dejaba. Qué decir de mi jefe, Antonio Pérez Méndez. Mis oídos también deseaban la muerte instantánea cuando salía de su despacho y decía: ¡Pérez!, que daba igual ¡Pérez! que ¡número 4!, y, es más, hubiera preferido que me llamara número 4, porque así no me hubiera preguntado qué hago en vacaciones y por qué me puse enfermo, pues creo que los números no toman vacaciones ni van al médico. Mi boca va a agradecer sobremanera no comer más potajes de la abuela. Claro que cuando digo abuela quiero decir suegra. Mi nariz, por fin, va a descansar de los sobacos de mi amada esposa, y mi cuerpo, por fin, va a descansar de el/la/los/las.... de mi amada esposa. Culpo a mi compañera Pilar, mi vecino, mi jefe, mi suegra y a mi esposa, que no han sabido comprender que merezco ser feliz.


Postdata: os quiero."

martes, 11 de noviembre de 2008

Érase...

una vez un niño inquieto que quería ser algo en la vida. A los cinco años ya resolvía ecuaciones complicadas. A los ocho, creó su propia página web. No hace falta decir que fue matricula de honor en todo. En el colegio, en el instituto y en la Universidad, en la que estudió Telecomunicaciones y Ciencias Políticas al mismo tiempo. Ambicioso, creó su propia empresa mientras estudiaba: una empresa de componentes aeronáuticos que pronto se convertiría en líder del sector. En la treintena, fue fichado por la multinacional IBM para ser director general para Europa. El siguiente ascenso consistió en eliminar "para Europa". Comenzó a adquirir acciones en la compañía y terminó con todas ellas en propiedad. El dueño de IBM quiso un día ensayar su otra carrera, Ciencias Políticas, y se presentó como candidato en las Primarias electorales en Estados Unidos. Ganó. Después obtuvo la Presidencia, y, cuando el mundo se unió en una Confederación de Estados, fue nombrado Presidente. Convocó un referendum para ser nombrado Rey. Y fue Rey. Como Rey, se nombró a sí mismo con el título de 'Dueño del Mundo'. Y así estuvo hasta que...

Un día, Dios le dijo:

--Te nombro Dios.

Y él dijo:

--Vale.

Un semáforo

Mi madre conoció a mi padre en un semáforo. Una solterona de Triana, entrada en la treintena, dijo seguramente cualquier cosa, qué más da, y mi padre, un viajado marino mercante, respondió lo más seguro que otra cosa, y la verdad, da igual. Mi vida se resume en una maravillosa coincidencia en un semáforo. Y en las sucesivas maravillosas y menos maravillosas coincidencias que sucedieron después, que fueron muchas. O quizás ya no lo fueran tanto, porque una era consecuencia de la anterior. Me quedo con la primera, con ese encuentro fortuito en el que empezó todo.

Moraleja: no dejes de mirar nunca a izquierda y derecha antes de cruzar un semáforo. Hay muchos locos al volante.