jueves, 1 de enero de 2009

El calcetín

Al acostarse, Mario palpó con su pie izquierdo un calcetín que no era suyo. Era de otro hombre. No podía ser. Aquello superaba el limite de la decencia. Pero decidió dormir y esperar a tener su mente más despejada, ya por la mañana.

Por la mañana, Mario espero a estar sentado con Pilar en el ritual diario del desayuno. Por varios instantes, pensó en esperar a la hora del almuerzo. Incluso sopesó dejar pasar el tiempo para así discutir el tema con la frialdad que requiere un caso como éste.

Pero esta vez consideró necesario hablar.

--Pilar, este calcetín no es mío.

Simplemente eso. Una frase y una mirada acusatoria, salpicada de un silencio opresivo, fue la fórmula de Mario para desarmar a Pilar.

Pilar, inmediatamente, barajó dos opciones: o bien fingía un llanto difícilmente consolable y suplicaba el perdón, lo cual suponía admitir su culpa; o bien abandonaba los fingimientos de una vez por todas. Optó por lo segundo.

--Lo del calcetín ha sido una metedura de pata por mi parte y prometo que no volverá a pasar. Pero, por favor, no montemos escenas que ninguno de los dos sabemos a dónde llevan.

Mario replicó, preso de indignación contenida:

--Yo ahora tampoco quiero escenas. Ya discutiremos esto más adelante.