jueves, 30 de abril de 2009

Coleccionando derrotas

Recién levantado, casi desnudo, vio la maleta en el rellano.

Volvió a la cama. No tenía ganas de cruzarse con ella, ni de despedirse, ni de llorar. Resolvió dormir, faltar a todos sus compromisos del día. Sólo dormir.

Al día siguiente se hizo el café solo, almorzó solo, cenó solo.

Un día, volvió a enamorarse. Y varios meses después, volvió a ver la maleta en el rellano.

Y varios meses o años después, el amor regresó y, tal y como esperaba, la maleta volvió a aparecer un día en el rellano.

A veces, la maleta era de él. Otras, de ella. Pero siempre estaba ahí, a la entrada de la casa, como un fantasma, presente aun en su ausencia.

Y tantas maletas acabaron por superar el umbral de su dolor.

Ya no sentía nada cada vez que veía una en el rellano.

Y no sabía si eso era mejor o peor.