sábado, 23 de mayo de 2009

Escenas (I)

La mujer caminaba muy despacio. Tenía las piernas cansadas, demasiado agarrotadas, y el carro con el que cargaba hacía aún más dificultoso su andar. Iba vestida de negro, completamente de negro. El carro pesaba, mucho, pero ella estaba convencida de que iba a llegar.

Subió las escaleras haciendo esfuerzos descomunales. Podía hacerlo, lo sabía. La mujer era inusualmente grande, pesaba mucho. No estaba preparada para subir un carro de esas características, pero lo estaba haciendo. Lo hizo.

Llegó a casa casi muerta, resollando. Cuando se recuperó, tomó el teléfono:

--¿Puri? Aquí vengo, que acabo de llegar del Día. Voy a hacer unas lentejitas, que al niño le gustan mucho.

martes, 12 de mayo de 2009

Julius

El director estaba emocionado. Julius terminaba ese día, el 21 de marzo, su vida laboral y tenía una exclusiva, una bomba que iba a reventar los cimientos del país, indudablemente. Y era Julius quien lo había conseguido. Tenía las pruebas: las facturas, las fotografías, los datos.

En la redacción de El Presente, todos, al pasar por su lado, le felicitaban, pero él, Julius, seguía reconcentrado ante el ordenador, aporreando el teclado como los antiguos, con dos dedos, como debe ser. Tenía que escribir, antes de la madrugada, cinco páginas. Cinco páginas que serían una bala en la sien del Presidente. Eso estuvo repitiendo el director, muy dado a hacer metáforas muy físicas de la rabiosa actualidad.

Todos, de forma escalonada, le iban dando la mano a Julius conforme iba acabando su jornada. Julius se limitaba a balbucear un 'gracias' mecánico y volvía a su rutina. Poco a poco, la redacción fue quedando vacía. A la 1.00 de la madrugada, ya sólo estaban él y el director.

--Julius, entregamos ya. Con lo que tengas. Si te falta una página por escribir, ya buscaremos un recurso, dijo el director.

--No me queda más de media hora, ¿estoy a tiempo?

El director hizo una llamada desde su móvil.

--Sí. Voy a ir leyendo.

Y, efectivamente, Julius fue imprimiendo las páginas y el director las fue repasando. Corrigió poco: alguna erratilla suelta, algún detalle sin importancia. Julius era realmente bueno.

--Tengo que comprobar unos datos. Serán quince minutos más, dijo Julius.

--Yo me voy. Tengo que estar mañana temprano en la radio. Lo dejo en tus manos. Suerte, dijo el director.

--Gracias, respondió Julius.

Al día siguiente, todo el que fue a comprar El Presente pudo leer unas 10.000 veces, distribuida en cinco páginas, la siguiente frase, en mayúsculas: EL DIRECTOR DE ESTE PERIÓDICO ES GILIPOLLAS

El primer día de su jubilación, Julius se dedicó a leer el periódico, tranquilo, feliz y descansado.

lunes, 11 de mayo de 2009

Os quiero

Fue consciente de su decisión justo al sentir que el avión ponía tierra en el aeropuerto de Pekín. Miró a su alrededor y se vio rodeado de gente desconocida, extraña. Rozó con sus dedos la ventanilla llena de vaho y pudo comprobar que la lluvia era intensa. Se preguntó si habría llegado a China en época de monzón. Llovía a mares.


No había facturado equipaje. Pensó que si se iba a quedar mucho tiempo allí ya tendría tiempo de comprar todo lo que necesitara. Uno sólo se aprovisiona bien cuando sabe que va a volver. Recogió del compartimento que estaba encima de su asiento su pequeña maleta, en cuyo interior estaban sus efectos personales básicos y alguno de sus recuerdos, y esperó a que todos los pasajeros salieran del avión. Fue él el último y fue una azafata china la primera persona que le habló en aquel país: un buenas tardes en inglés y, suponía él, en chino.

De repente recordó que no había traído paraguas. Ni chubasquero. Y tenía que recorrer un pequeño trayecto al aire libre hasta el autobús que le llevaría finalmente a la terminal. Se subió la chaqueta hasta cubrir su cabeza, pero eso no impidió que se mojara. Su primera mojada en China. Pensaba que todo lo que pasaba o hacía era lo primero. Como si por primera vez en su vida le hubieran dado los buenos días o se hubiera mojado por culpa de un chaparrón. Todo por primera vez. Todo. Eso pensó, emocionado.

En la terminal, sintió la tentación de conectarse a internet en un cibercafé permanentemente vigilado por la Policía. Había 27 emails de Ana en su correo. Eran todos similares. Por asociación de ideas, encendió el móvil. La alerta de mensajes sonó veinte o treinta minutos. Ana no había dejado de llamarle en todo el día.

Pensó que ella y los niños lo estarían pasando mal. Sintió una extraña sensación de dolor

Y, aunque en su plan inicial no estaba hacerlo, lo hizo.

"Ana, estoy bien. Deseo empezar una nueva vida. Sé que no lo entiendes, y tampoco lo espero. Aunque no te lo creas, os quiero, a ti y a los niños. Pedro"