martes, 28 de diciembre de 2010

Visitas a Vargas Llosa

Leí (¿esta palabra lleva tilde en la nueva ortografía?) muy jovencito 'La ciudad y los perros' y 'La guerra del fin del mundo'. En esa época también me enfrasqué en la lectura de 'Conversación en la Catedral', que no terminé porque en ese momento me pareció un ejercicio de barroquismo innecesario. Quizás entonces no la entendí, y he decidido por ello darle una segunda oportunidad.

No será ahora mismo. No aún. Antes voy a leer lo que no he leído. Empecé en noviembre con 'Pantaleón y las visitadoras' y acabo de terminar 'Los cuadernos de Don Rigoberto'. Las fiestas van a ser para 'La casa verde', que acabo de comenzar y que he dejado, de momento, en la maravillosa descripción de la ciudad de Piura.

Después, quizás, le llegue el turno a 'Conversación en la Catedral' o, quien sabe, a 'Elogio de la madrastra' o 'Lituma en los Andes'. O cualquier otro. Sólo hay tres excepciones en este regreso al Nobel peruano: 'La fiesta del chivo', que ya leí en mi madurez lectora (qué mal suena lo de madurez), 'Travesuras de la niña mala', que ha sido una de mis lecturas de 2010, y 'El paraíso en la otra esquina', obra que parece escrita por un sustituto menor de Vargas Llosa. Dejo para otra ocasión sus ensayos y memorias.

De momento, he llegado a la conclusión de que 'Los cuadernos de don Rigoberto' es la novela erótica que más me ha gustado en mis años de lector. 'Pantaleón y las visitadoras' es muy divertida, pero estoy de acuerdo con la crítica. Es una obra menor. 'Los cuadernos de don Rigoberto', no.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Wikileaks

Las revelaciones filtradas por Wikileaks acerca de los cables diplomáticos de las embajadas de Estados Unidos en todo el mundo son, para mí, una buena prueba de ruido mediático con consecuencias limitadas. Cuando El País comenzó a torpedearnos con todo esto vendió que se trataba de una de las mayores revelaciones periodísticas de la historia y que iba a revolucionar las relaciones internacionales. Pero si medimos la importancia de una revelación por sus consecuencias, El País se ha equivocado. El Watergate fue capaz de derribar un Gobierno. El Wikileaksgate sólo va a conseguir una orden internacional de detencion contra Julian Assange, el fundador de la ya archifamosa web, y quizás la sustitución de algunos embajadores de EEUU que se han ido de la lengua más de la cuenta.

Sería injusto achacar exclusivamente a que las revelaciones son intrascendentes su limitado alcance. No es así. Algunas, las menos, son para poner los pelos de punta, y quizás si viviéramos en los años 50 y 60 sí hubiera habido un terremoto político. El problema es que las sociedades se han vuelto muy cínicas. Damos por hecho que, por ejemplo, EEUU conseguirá que la investigación por el caso Couso se detenga, porque, simplemente, es un país más poderoso que España e impone su criterio. No hay manera de que la sociedad,  más allá del ruido mediático de unos días, se indigne por ello. Un poco de ruido, sí, pero ninguna nuez. Pasará este caso Couso, nos olvidaremos de él y ya vendrán otros.