sábado, 18 de julio de 2015

El domador de leones



Agustino se dejó la barba hasta la cintura, un ramajo blanco en forma de pico que, ciertamente, no gustaba a los niños. Su jefe amenazaba con despedirlo a diario, y a él le daba igual. No lo echaba, para decir la verdad, porque la profesión de domador de circo no era de las de hacer una carrera ya, y en el mundillo se sabía de sobra que los domadores estaban en franca extinción.

Así que Agustino hacía su trabajo y lo hacía bien, pero con una barba descomunal y una considerable dosis de apatía. Tiraba de oficio, repetía mecánicamente los trucos que había aprendido en la veintena y se iba a dormir. Después de eso no salía de su casa, una roulotte vieja en la que tenía todo lo necesario para sobrevivir. Y así los meses pasaban, y su mente se vaciaba de presente y de pasado, y casi de futuro. Quedaban, como rastro de una ternura que ya pasó, los gritos de terror y las risas de los niños, que tras años de actuaciones se le mezclaban ahora en su cabeza en un solo sonido.

Un día Agustino decidió dejar de ducharse. Al otro, obvió el engorroso uniforme de domador de circo y se presentó ante sus leones en un pijama azul. A su jefe hasta le hizo gracia y cambió la publicidad del espectáculo: el domador en pijama. No le hizo tanta gracia cuando Agustino fue a trabajar en calzones. Afortunadamente, aún conservaba la parte superior del pijama. Como aún eso le gustaba a la gente, el jefe, sus compañeros y el público transigieron. Pocas semanas después ya la publicidad rezaba: el domador desnudo (no recomendada para menores de 18 años).

Las broncas no le hicieron efecto alguno, entre otras cosas porque Agustino había decidido dejar de hablar poco a poco. Primero suprimió los adjetivos, y cuando alguien le decía "Agustino, hace un día estupendo", él respondía "hace un día", y para él hacía eso, un día. Después le llegó el turno a los verbos y entonces su locura se reveló con un nuevo matiz. Daba igual de lo que hablara, nadie sabía a qué se refería porque todos eran incapaces de situar sus hechos en el tiempo. Lo mismo se refería algo pasado hace años que a acontecimientos que sucederían mucho tiempo más tarde. Tampoco se sabía si lo que decía pertenecía a la realidad o a la imaginación. Todo era de un presente difuminado, real e irreal al mismo tiempo, como inmutable y repetido, muchas veces repetido.

El silencio fue el penúltimo paso. Para algunos fue un alivio, pero no para el jefe. Al fin y al cabo, era divertido verlo batallar desnudo con los leones pronunciando palabras incoherentes, anulando verbos y adjetivos. Todo aquel asunto fue tornando a lo siniestro y la gente comenzó a dejar de ir al circo, salvo cuatro o cinco excéntricos que veían en aquel desatino del hombre desnudo, silencioso y con una barba inmensa una obra de arte.

Pero por una de esas extrañas piruetas de las historias, lo tétrico comenzó a atraer público. Alguien colgó en su perfil aquel espectáculo de decadencia y el circo comenzó a llenarse de morbosos sedientos por ver al loco. Bastó para que una televisión se pasara por allí para que Agustino comenzara su periplo de la fama, efímera y no buscada. El jefe, lleno de contento, programó sesión tras sesión tras sesión y terminó conduciendo a Agustino al agotamiento.

Hasta aquel santo día en el que se dejó devorar por el león y entonces el morbo se hizo terror y los 400 o 500 que allí había corrieron hacia la salida mientras las vísceras de Agustino saltaban por los aires por las sacudidas del león. Todos pensaron que corrían peligro y aquello se quedó vacío en nada. El león, ya manso, lamía la cabeza de Agustino, ignorante de que Agustino no existía ya. Los ojos del león se posaron en el jefe, el único que había allí ya. Atónitos los dos, se miraban mutuamente y al final el león decidió tumbarse y descansar.

El caso es que alguien colgó en youtube la carnicería e inmediatamente el vídeo obtuvo miles de visitas. Fue borrado pero la red siempre deja rastro. Cualquiera que pusiera un poco de su tiempo podía llegar a contemplar el final de la vida de Agustino.

Sólo había que pulsar en el buscador de google: "Domador loco desnudo león devorado".