martes, 8 de febrero de 2011

Para qué sirve un político

La pregunta del título viene a cuento de un acto al que asistí hace poco. En él, un político de la Junta cuyo poder es inversamente proporcional a su popularidad desplegó un pequeño discurso. El texto que leyó -porque no lo declamó, ni le dio entonación alguna, simplemente lo leyó- carecía de contenido alguno. Era completamente vacío, y aparte de las loas a la gestión de su departamento no había nada de nada. Para mayor escarnio, esas autoalabanzas no eran más que una retahila de planes, programas, actuaciones y demás elementos cuantitativos de los que tanto gustan en San Telmo. Me dio la sensación de que, más que una política dirigida a un fin, aquello era un entramado poco inteligible para el ciudadano medio que buscaba simplemente causar la sensación de movimiento. Me recordó demasiado al Gatopardo en versión política: voy a decir las muchísimas cosas que he puesto en marcha para que no descubran la verdad.

Cada vez más los políticos son meros gestores demasiado preocupados por su propia supervivencia. En estos tiempos donde todo el mundo habla del valor añadido como clave para salir de la crisis, me pregunto qué plus le ofrece el político a la sociedad. El 90% son perfectamente prescindibles. El país funcionaría igual sin ellos. Los políticos son como los entrenadores de fútbol. Sólo los grandes, que escasean, son capaces  de imprimir su sello y de hacer mejorar a sus futbolistas. El resto pasa por ahí sin huella alguna.

¿Qué es un gran entrenador en política? En primer lugar, el buen político no se ocupa de programas, planes, actuaciones y demás elementos cuantitativos. Simplemente, define una dirección, marca una línea. Y convence al ciudadano de que ese camino es el apropiado. El político debe saber generar ilusión, debe dominar la escena (en el buen sentido). Está ahí para exponer sus argumentos y hacernos partícipes de ellos.  Tenemos un ejemplo contemporáneo bastante claro: Obama. Podrá gustar más o menos, pero siempre dice algo. Sus discursos no son funcionariales. El ciudadano medio no quiere una retahila de actuaciones gubernamentales. Quiere expectativas, futuro; quiere que el país vaya en una dirección.

En este país, la política se ha convertido en un mundo endogámico dominado por la mediocridad. Los más brillantes son marginados por la conspiración de los más torpes. Los medio listos que se atreven a lanzar ideas están expuestos a la dictadura de lo políticamente correcto. En cuanto se pasan de la raya, son crucificados. Los que no dicen nada, los que se agazapan, aprovechan que otros se dan las puñaladas para subir escalafones sin que nadie se percate. Conscientes de su mediocridad, buscan la manera de que el ciudadano no preste demasiada atención en ellos. Y plantan ante los auditorios discursos planos, vacíos, con planes que parecen directamente copiados de las hemerotecas del Kremlin. Eso sí: cuantas más fotos mejor; cuanta más presencia vacía en los medios, mejor. Perfil bajo pero constante. Que parezca que hace, que hacen mucho, aunque, como en el Gatopardo, en realidad no hagan nada.