Al acostarse, Mario palpó con su pie izquierdo un calcetín que no era suyo. Era de otro hombre. No podía ser. Aquello superaba el limite de la decencia. Pero decidió dormir y esperar a tener su mente más despejada, ya por la mañana.
Por la mañana, Mario espero a estar sentado con Pilar en el ritual diario del desayuno. Por varios instantes, pensó en esperar a la hora del almuerzo. Incluso sopesó dejar pasar el tiempo para así discutir el tema con la frialdad que requiere un caso como éste.
Pero esta vez consideró necesario hablar.
--Pilar, este calcetín no es mío.
Simplemente eso. Una frase y una mirada acusatoria, salpicada de un silencio opresivo, fue la fórmula de Mario para desarmar a Pilar.
Pilar, inmediatamente, barajó dos opciones: o bien fingía un llanto difícilmente consolable y suplicaba el perdón, lo cual suponía admitir su culpa; o bien abandonaba los fingimientos de una vez por todas. Optó por lo segundo.
--Lo del calcetín ha sido una metedura de pata por mi parte y prometo que no volverá a pasar. Pero, por favor, no montemos escenas que ninguno de los dos sabemos a dónde llevan.
Mario replicó, preso de indignación contenida:
--Yo ahora tampoco quiero escenas. Ya discutiremos esto más adelante.
jueves, 1 de enero de 2009
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