lunes, 28 de octubre de 2024

El viento silba

 Cuando vio a su tía, Ángela se extrañó. "¿Y mamá?", le dijo. "Hoy vienes conmigo", se limitó a responder, y en sus ojos Ángela detectó que algo no iba bien. La tía la tomó de la mano con una fuerza inusual y comenzó a caminar en silencio. Iba tan rápido que Ángela apenas si podía estar a su altura y, a veces, tenía que correr unos segundos para no caer al suelo. La mochila le pesaba más de lo normal. "Me haces daño", le decía, pero no la escuchaba.

Entraron en la casa y la tía sentó a Ángela en el sofá y le puso la televisión. Cambió de canal varias veces y finalmente paró en el único que emitía dibujos animados. A Ángela siempre le había hecho mucha gracia el "pipi" del pájaro de El correcaminos, pero en aquella ocasión solo era capaz de mirar cómo su tía apenas susurraba al teléfono mientras daba vueltas por toda la casa. Por fin, sin descolgar el aparato, le dijo a Ángela, en voz más alta de lo normal: "Ángela, tienes que ser buena. Dentro de un rato irás a ver a mamá, pero por ahora te tienes que quedar aquí". "¿Qué pasa?", acertó a decir la niña. "Ella te lo contará. Ahora solo te pido que seas buena y tengas un poquito de paciencia".

El coyote se pasó de frenada y, como siempre, fue incapaz de atrapar al pájaro. Ángela sentía cómo la miraba el marido de su tía. Su fotografía en blanco y negro, de enormes dimensiones, dominaba todo el salón. Pero no solo era él: San Judas Tadeo, el Cristo de los Milagros, la Inmaculada y gente que no conocía, suponía que sus bisabuelos y tatarabuelos, también la observaban y parecía como si le quisieran decir algo. Aprovechó que Lucía fue un momento al baño para marcharse. "Pipi", escucho mientras se iba.

Lo primero que vio cuando le abrieron la puerta de casa fue un bosque de piernas. Varías personas pronunciaron su nombre pero Ángela no fue capaz de precisar quiénes. Había demasiada gente. "¡Mamá!", gritó, y el murmullo insoportable cesó. Pensó a continuación que las gafas negras de su madre, siempre tan enormes, iban a juego con el vestido. La madre se agachó y Ángela pudo verla a su altura. "Hola Ángela, mira, la abuela se ha marchado, por algún tiempo. No sabemos cuándo va a volver". "¿Dónde ha ido?, ¿Dónde está la abuela?". Alguien, allá arriba, dijo: "Ángela, en el cielo" y Ángela vio que era el amigo de mamá. Quedó en silencio. Fue al patio y allí vio la silla de enea verde donde todos los días se sentaba su abuela a cantar coplas. Últimamente era lo único que hacía.

Ángela atravesó el bosque de piernas y salió. Corrió sin rumbo por el pueblo y pensó qué bueno sería vivir en una ciudad, donde poder perderse en las calles y donde nadie conoce a nadie. Finalmente, decidió ir a casa de su amiga Águeda. Tenía miedo de que un adulto le abriera la puerta pero fue ella. "Vamos", dijo, "a buscar a mi abuela. Está con Cielo". "¿Quién es Cielo?" "No lo sé, pero vamos". Águeda, siempre deseosa de aventura, aceptó, y propuso que, quizás, Cielo fuera la hija del panadero, a quien la madre llamaba todo el tiempo Cielo.

Llamaron a la puerta y comenzaron a gritar las dos al unísono: ¡Cielooooo, Cielooooo! Abrió una mujer anciana, y las invitó a entrar. Ángela escuchó una copla al fondo. "¡Abuelaaaa, abuelaaaa!". Pero era la televisión: Marifé de Triana cantaba "Te he de querer para siempre". "Mi abuela canta en el patio coplas, esta canción casi todos los días", dijo la niña. La mujer la miró con ternura. "Sí, la conozco -dijo-; es una gran mujer. Cuando era joven cantaba en teatros y cabarets de Madrid. Fue un poco famosa y lo podía haber sido más, pero se enamoró y se tuvo que venir al pueblo". "La estamos buscando. Creíamos que estaba aquí”. “No, aquí no está, jaja, ¿por qué habéis pensado eso?” “Aquí vive la hija del panadero, y la madre la llama cielo todo el tiempo”. “Pero tú, Ángela, deberías estar con tu madre y no buscando a tu abuela...”.

En ese momento, Ángela corrió y Águeda fue detrás. Pararon en el camino que subía al monte sobre el que se alzaba el pueblo. Ya que estaban, subieron. Quizá arriba esté Cielo, pensó Ángela. Águeda tomó un palo del camino y comenzó a cantar: ¡María de la O!, y Ángela se lo robo y continuó: ¡Qué desgrasiaita, gitana tu eres, teniendolo ”. Subió a una piedra y comenzó a actuar, como si estuviera en un teatro de Madrid. “Él vino en un barco, de nombre extranjero. Lo encontré en el puerto un anochecer...”. Águeda se sentó, y aplaudió a rabiar cada vez que Ángela terminaba una canción. “Te quiero más que a mis ojos. Te quiero más que a mi vía...”.

Espera, dijo Águeda. ¿Escuchas? “En el café de Levante, entre palmas y alegrías, canta la Zarzamora...” La copla sonaba arriba y Ángela pensó que, por fin, había encontrado a su abuela, y que quizás no estaba con Cielo sino que allí arriba estaba el cielo. Vieron que la música procedía de una choza hecha con cuatro o cinco troncos y un montón de ramas a modo de techo. Una mujer joven con delantal sucio hacía un cocido de berzas con un hornillo. Una radio vieja emitía coplas y ella las acompañaba. Tiene una voz bonita, pensó Ángela, decepcionada.

La gitana invitó a los niñas a cocido y les preguntó que hacían allí. “Busco a mi abuela, que está en el cielo”. “Con cielo”, quiso rectificar Águeda, pero Ángela la ignoró. “Así que en el cielo”, afirmó la gitana. “¿Y desde cuándo?”. “Pues hoy se fue”. La mujer hizo un mohín de sorpresa, y soltó: “Chiquilla, tu abuela está muerta”. “¿Muerta?”. “Sí, ya no está, se acabó, finito”. Y se fue a fregar los platos a un arroyo que pasaba por allí.

Ángela escuchó su nombre. Primero pareció un rumor, pero con el tiempo éste se fue agrandando y compendió. “¡Aquí está!”, dijo alguien. Su madre corrió hacia ella, la abrazó, la besó por todo el cuerpo. “Ven”, le dijo, y caminaron las dos a un aparte. Si miraba hacia abajo, estaba el pueblo. Si miraba al frente, un campo inmenso de olivares. Soplaba el viento. Casi lo escuchaba más que a su madre. “Hija, la abuela se fue, no va a volver”. “¿Nunca?” Y la madre se vio incapaz de decir la palabra “nunca”. Se le hacía un nudo en la garganta, nunca no podía ser posible.

Por lo menos muchos, muchos años”, acertó a decir.

¿Y cuánto tiempo es muchos años?”

La madre ya no respondió, tomó a Ángela de la mano y ambas bajaron la vereda en silencio. Solo se escuchaban el silbar del viento.









martes, 8 de octubre de 2024

Mañana



Una mañana
El sol va y 
Se cansa

Otra mañana
El viento 
Se para

Una mañana
Las olas 
Se calman

Otra mañana
El gallo 
No canta

Una mañana
Las horas 
no avanzan

Otra mañana
La vida 
no pasa

Una mañana
La nada 
ya es nada 

Otra mañana
Ya no hay 
mañanas

Una mañana
Despiertas
Y callas

Otra mañana
Suspiras