sábado, 2 de octubre de 2010

La huelga

Un mal resfriado, un cólico nefrítico, una dolencia estomacal. Ea, ya pasó el 29-S y ahora toca, tristemente, continuar con el guión que está marcado quizás desde junio. Los sindicatos convocan una huelga, ésta tiene un éxito/fracaso parcial y el Gobierno, al tiempo que dice que no rectificará nada sustancial de lo ya hecho, anuncia diálogo para lo accesorio o para las próximas reformas. Dícese, la de las pensiones.

Casi como si nada hubiera pasado. El globo mediático de la huelga se ha desinflado y apenas es nada relevante -salvo las frases previstas- lo que se publica en prensa. Casualmente, o causalmente, hoy sábado 2 de octubre, es decir, tres días después del paro, TVE emite 'Los lunes al sol', que parece un canto a la resignación. Mientras en Francia los sindicatos han declarado la guerra al Gobierno con nuevas huelgas y manifestaciones, en España no da la sensación de que se vayan a entablar nuevos pulsos. "No vaya a ser que nos debilitemos aún más", se dirá desde las cúpulas sindicales.

Es cierto que los sindicatos necesitan una reflexión. El mundo ha cambiado, y lo ha hecho a gran velocidad, y, como consecuencia, las centrales son fuertes sólo en la industria -una industria, además, en decadencia- y en el sector público, que en esta huelga, encima, le ha dado la espalda. Pero sinceramente, no sé en qué sentido debe ir la reflexión, porque no tengo claro hasta qué punto los trabajadores han perdido el sentido colectivo, esa solidaridad que está en el origen de las conquistas sociales en el siglo XX. Sólo hay que ver la media de edad de las cúpulas, muy alta y me da la sensación de que entre los afiliados pasa lo mismo. El despego de la gente joven es preocupante, aunque tampoco quiero poner el acento sólo en esto. Están en una situación tan precaria, de tanta indefensión frente al empresario, que puede el temor, el miedo. Ven lejanos los motivos de una huelga cuando su objetivo primario es sobrevivir. Y creo que los sindicatos no saben cómo hacer para captarlos. Pescadilla que se muerde la cola.

Estamos mal y nos presentan una reforma laboral que, se dice, flexibiliza el rígido mercado del trabajo. Es lo que pasa. Una mentira muchas veces repetida termina siendo cierta. ¿Cómo se puede decir que el mercado laboral es rígido con un 30% de tasa de temporalidad? Las mayoría de las empresas ha optado por no renovar contratos para aligerar personal, y eso les ha salido prácticamente gratis. Con una tasa más baja de temporalidad quizás hubiera costado más despedir y hubiera sido necesario buscar fórmulas diferentes -moderación de sueldos, por ejemplo- que no supusieran la destrucción de puestos de trabajo.

Facilitar el despido a los indefinidos sólo va a conseguir aumentar la temporalidad. Y quizás maquillemos las estadísticas reduciendo tres puntos el paro -para esto tantas alforjas, según el Gobierno, la reforma laboral sólo tendrá ese efecto-, pero a costa de ser más precarios, más pobres, más indefensos frente al empresario.

Uno va a la huelga por convicción, no porque sea más útil o menos útil, ni porque esté más o menos de acuerdo con los sindicatos. Ya sabía que era inútil desde el principio, ya veía que no había 'ambiente' de huelga, pero eso no es excusa para no hacerla. Y los sindicatos son lo fuertes que queramos que sean. Ellos saben que no están en la mejor posición para negociar, y espero que sean conscientes también de que se han equivocado en la gestión de la crisis. La defensa de los trabajadores no puede ser cuestión de un día. Negociar está bien, pero tenían que haber tomado posiciones de fuerza con todo lo que estaba cayendo, y no lo hicieron. Y no se trataba de defender sólo a los asalariados: también a autónomos, pequeños comercios y microempresas. Que sí, que hacían muchas cosas, pero en esta sociedad casi todo es cuestión de imagen. Y, cuando convocaron la huelga, esa batalla, la de la imagen, la tenían ya perdida.

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