sábado, 13 de diciembre de 2008

Felicidad


Aquí estoy. Es una fotografía de ayer. Paula me mira risueña y al mismo tiempo irónica, como diciendo: qué rídiculo estás con ese sombrero de cowboy, pero así, ridículo y todo, eres mi hombre. Yo me pongo en mi papel y sólo sonrío por la parte derecha de mis labios. En realidad, sólo me hago el interesante. Paula, sin embargo, obvia la cámara por completo y sólo tiene ojos para mí. Pudiera parecer que yo soy el gran protagonista de la fotografía (encima, ella es mucho más bajita que yo), pero yo no lo veo así. Es cierto que la primera vista de cualquier observador se dirige a mí, pero yo me digo que ella es como otra luz que me ilumina, otra luz además de la de la cámara. Sin luz no hay objeto y vale más tener luz propia que vivir del destello ajeno.



Aquí hace dos años. Es mi último partido de fútbol en el barrio, antes de la retirada definitiva. Es el minuto 46 de la segunda parte y acabo de marcar un gol. Se diría que es un final feliz, pero es mentira. En ese preciso instante me di cuenta de que los finales felices no existen. Un final nunca es feliz, porque en los finales siempre dejas cosas que amas atrás y yo dejé los domingos en los que jugaba al fútbol con mis amigos. Esta es una foto que aprecio por su valor metafórico: unos cuantos hombres de pelo en pecho amontonados, tanto que parecemos un sólo ser. A mí no se me ve. De tanto abrazo, mi presencia se difumina hasta hacerse invisible.


Hace diez años. Llueve, vaya si llueve. Con una chamarreta verde, corro (o salto, no sé) hacia ninguna parte, en un suelo repleto de hojas secas, con una botella de whisky en la mano. Ni con lupa consigo ver qué marca es. En un segundo plano, Pedro da vueltas sobre sí mismo con las manos extendidas y mirando al cielo. Qué mojado está. ¿Qué sería de él? Le perdí la pista. Antonio, Lucas y Paula, que aún no era mi novia, están ahí esquinados, resguardados bajo un árbol frondoso, ajenos por completo a nosotros. La fotografía está borrosa, quizás porque no había luz suficiente, lo cual le da aún más encanto. Dice Paula que ya podía haber venido un huracán entonces que yo hubiera seguido dando vueltas sin sentido. ¿Estaba borracho?, le pregunto cada vez que vemos juntos la imagen. "Qué más da. No es lo mismo beber para curar las penas que beber para celebrar la vida. Y eso hacías tú".


¿Cómo es posible que un complicadísimo proceso celular pueda tener algún significado emocional? Me voy a explicar: técnicamente, un ojo es una conjunción de células, cada una con una función, capaces de crear pequeños órganos (el iris, el cristalino) y de transmitir información al cerebro. ¿Incluso la tristeza, incluso la alegría, o incluso la bondad o el vacío? Es un misterio, y es lo que me pregunto cuando veo este primer plano. Tenía yo quince años. Parece que acabo de descubrir el mundo, y todavía no salgo de mi asombro. Ahora, mientras escribo, lo veo: no, no estoy asustado. Estoy procesando toda información, todas las emociones, todas las experiencias que se me vienen encima, y me pregunto si estoy preparado para asumirlas. En la foto hay sorpresa y ansiedad por vivir. Por vivir ya. Debe ser un fotomatón, porque sólo mirándome a un espejo, o a algo parecido, puedo tener esa sensación. Paula dice que me como mucho el coco y que en esa foto se ve a un adolescente, nada más. Quizás Paula tenga razón.
La felicidad es creer de verdad que eres un superhéroe de los que salva al mundo. Ahí estoy, en mi casa familiar, desafiando a mi padre, el fotógrafo, con una espada de plástico. Me han disfrazado de El Zorro. Cuando uno es niño, cree que nada es imposible. De verdad. Nos hacemos mayores y hacemos el esfuerzo de creer esa idea tan hermosa, pero cuesta tanto... De niño es todo tan fácil. Te disfrazas de El Zorro y eres El Zorro. Cualquier posibilidad es real, hasta creer en los Reyes Magos. El disfraz me lo regaló el Rey Gaspar, a quien le escribí una carta de agradecimiento que aún conservo. Después fui El Zorro y creo que por unos años salvé al mundo.

Si resumieramos nuestra vida por las fotos que nos hicieron sería todo alegría y placidez. No conservamos imágenes del entierro de nuestros seres queridos, ni de la firma del divorcio, ni de cuando de niños llorábamos por las cosas más nimias, ni de cuándo estamos enfermos en el hospital. Si muero, me gustaría que mi reencarnación fuera pasear por un álbum de fotos y volver a ser todo lo feliz que fui tantas veces. Volver a ser El Zorro y el adolescente asombrado y ansioso, volver a emborracharme para celebrar la vida, volver a jugar al fútbol con mis amigos por el placer de estar con mis amigos, y volver a enamorarme de Paula, y volver a sentir que ella es mi luz.

2 comentarios:

Lourdes dijo...

Yo te hice una foto el otro día... soy luz?? jijiji...
Una vez más, tus palabras en "cuentecillos" me hacen sentir exactamente lo que se siente cuando uno es niñ@, y lo que siento ahora, en estos últimos años que estoy viviendo, que es cuando me doy cuenta de qué felices somos de pequeños y lo que añoro ese "desconocimiento" acerca de la otra cara de la moneda.
Me ha encantado lo que escribes sobre las fotos. Yo también quisiera reencarnarme sólo en los momentos que veo en ellas, pero supongo que también nos hace crecer vivir momentos tristes y difíciles, aunque duelan, aunque dejemos atrás a gente que amamos..., a gente que siempre querremos, aunque no las volvamos a ver o no volvamos a tener un contacto como antes.
Te doy otro 10!
Cuando tenga tu foto con gorro descargada te la envío ;)
Un besito.

Anónimo dijo...

Me encanta cómo escribes.
Gracias por regalarnos frases como ésta:


"Sin luz no hay objeto y vale más tener luz propia que vivir del destello ajeno"












Un beso!