sábado, 6 de diciembre de 2008

Ventrílocuo

Pongamos que esta vez sí sitúo mi cuento en un tiempo y un lugar. Tiempo: por ejemplo, un día cualquiera de diciembre, víspera de Navidad. Lugar: la calle Sierpes, en Sevilla.

Pongamos que pasa lo que pasa todos los días por esas fechas. Unos cientos o unos miles de personas pasean por Sierpes entre luces festivas y envoltorios de regalos. Jóvenes de una parroquia cantan villancicos al son de una guitarra. Una mujer disfrazada de Papa Noel reparte la publicidad de una óptica entre los viandantes. Se ha colado en la Navidad un pistolero del oeste pintado de blanco: sólo empuña su arma cuando alguien hace sonar sus monedas en su recipiente de hojalata. Tres ucranianos afinan dos violines y un arpa frente a la entrada del belén del Círculo Mercantil. A unos tres metros está Mario, el ventrílocuo.

Mario viste de esmoquin, chaqueta negra e inmaculada camisa blanca, y una pajarita roja púrpura que da el tono anticeremonioso al conjunto. En una caja de embalar con el sello Mercadona están sus 'amigos': el gato Puskis, negro, delgado y siempre con la sonrisa en la boca, un gato atípico, confiado y nada curioso; la rana Melqui, que dado su tamaño más bien parece un sapo, pero Mario interpretó, por su dulce ternura, que era rana, una rana gorda y solterona que busca alguien que ame sólo el interior; y la retorcida brujita Meri, una aprendiz de las artes oscuras famosa por absurdos trucos que hacen dudar de su magia. Y de que sea bruja.

Los tres llevan años trabajando con Mario, y Mario ya no sabe cómo hacer para atraer a un público ya muy cansado de los mismos chistes, de los mismos personajes, de la misma rutina. No quiere matarlos, porque sean útiles o no les ha cogido cariño y para Mario ya son como de la familia. Pero sabe que debe inventar algo nuevo, algo realmente sorprendente, algo que rompa con todo lo que ha sido el arte del ventrílocuo a lo largo de todos los siglos. Mario exagera, pero hay que entender que su imaginación siempre está desbordada.

Se le ocurrió la idea cuando, al llegar a su puesto habitual, contempló el escaparate de la zapatería. ¡Zapatos!, dijo. ¡Zapatos! ¡Zapatos!, repitió. Entro como un rayo en la tienda y pidió una caja, sólo una caja. Ese día actuó como todos los demás, pero no veía el momento de llegar a casa. A la noche, ya refugiado en su hogar, Mario esbozó con rotulador azul una boca, una nariz y unos ojos en la caja de zapatos. Con unas tijeras, y mucho cuidado, recortó sobre lo pintado e hizo colgar unas canicas diminutas en los ojos. En el hueco de la boca situó un trozo de gomaespuma, que, doblado hacia adentro, simulaba la cavidad bucal. Sólo quedaba un nombre y no se complicó mucho: zapi.

Zapi fue un éxito tal que Puskis, Melqui y Meri fueron desde entonces meras comparsas. Mario fue moldeando su personalidad: Zapi, por ejemplo, creía ser un guapo y atractivo actor de Hollywood y nunca se había mirado a un espejo. Zapi era galante, fanfarrón, con ribetes de viejo verde, tierno a veces, arisco otras. Zapi buscaba entre los paseantes de la calle Sierpes a su media naranja y una vez creyó encontrarla pero se ella se escabulló entre risas. Zapi salió una noche en televisión y fue fotografiado en prensa.

Todo cambió un día de enero, feo, de viento y lluvia feroz. Apenas había nadie por la calle y ni Mario sabía por qué había ido a trabajar. Se guareció bajo una marquesina y tomó a Zapi de su mano y lo hizo hablar y hablar, y algún alma de caridad se paró a mirar, pero pronto la calle se quedó vacía. Llovía a mares, y aún resguardado, Mario tenía su esmoquin empapado.

Cuando fue a mirar la caja de cartón para dejar a Zapi, vio estupefacto, unos metros más adelante, cómo puskis, Melqui y Meri corrían calle abajo, mojadísimos.

Mario sólo acertó a decir:

--¿Pero dónde vais? ¡Vais a coger una pulmonía!

Miró a Zapi y Zapi hizo: aaaachissss.

--Vamos a casa, antes de que te resfríes

Mario descolgó el teléfono y llamó a la Policía para denunciar que tres muñecos de peluche andaban sueltos por la ciudad, y que como no estaban bajo su supervisión no respondía de su comportamiento...

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