lunes, 24 de noviembre de 2008

Niños

La abuela Luci se había quedado al cuidado de los niños mientras Ángela visitaba a Luis.

El vestíbulo del hospital era un barullo de ir y venir de gente. A un lado y al otro del pasillo de entrada, decenas de personas esperaban, con paciencia o impaciencia, solos o acompañados. El murmullo general era de tono bajo. Parecía como un susurro gigante.

Tania y Oscar vieron en aquel escenario la oportunidad ideal de jugar al escondite. Mientras Luci hacía punto de cruz, con un ojo en la lana y otro en los niños, Oscar se pegó de espaldas a una de las esquinas del vestíbulo y comenzó a contar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Entonces, giró su cuerpo y comenzó a buscar. Tras un primer intento infructuoso, se puso a gatas y se deslizó entre las piernas de la variable multitud. De pronto, vio a Tania y los dos comenzaron una carrera enfurecida por el vestíbulo. Chocaron con al menos tres personas que iban por el pasillo central, y todos miraban sonrientes, con sonrisas amplias algunos, y tristes o apenas atisbadas otros. Luci comenzó por nombrarlos y acabó por gritarles. Se levantó, y Tania la usó como escudo, unas veces a su espalda, otras de frente, mientras Óscar daba vueltas alrededor de ella, unas veces en el sentido de las agujas del reloj y otras en contra.

Tania y Óscar terminaron uniendo sus frentes en un golpe sonadísimo. Ninguno de los dos lloró, pero más que nada por no terminar de una forma tan ridícula el juego que habían empezado.

Justo tras el choque, apareció Ángela.

--Oscar, Tania, vais a ver a vuestro padre. Vamos.

Pero Luci le contó lo sucedido y Ángela miró a Tania y subió el flequillo de Óscar hasta convertirlo en una cresta.

--Tienes un chichón. Vamos a buscar algún médico.

Tania preguntó:

--¿Cómo está papá?

Ángela la tomó de una mano y apretó fuerte.

--Ahora lo vas a ver

Y entonces susurró, triste, "os quiero", y los niños fingieron que no la escuchaban.

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